Emociones intensas como el resentimiento, el odio, la ira o la rabia, pueden ser destructivas y autodestructivas si no se canalizan y liberan. Pues son emociones que se incrustan y esconden en el interior de las entrañas, que aparentemente pueden parecer superadas, pero no será así, si no hay un profundo trabajo interior de perdón.
Estas emociones pueden generar un ciclo vicioso de odio, que puede llegar a ser generacional e incluso cultural.
Para entender, como el odio puede generar más odio, me inventare una pequeña historia:
“En un poblado vive una familia feliz, salen de excursión por la montaña, y un cazador de la aldea vecina está persiguiendo una presa. De repente algo se mueve, apunta y dispara. Oye un grito y al acercarse descubre que era el hijo de la familia que vive al otro lado del bosque. La desesperación de los padres ante la pérdida de su hijo les hace reaccionar de diferente forma, la madre se hecha sobre su hijo y lo abraza mientras llora desconsolada. El padre al ver la escena siente que la desesperación, el odio y la ira se apodera de él. No puede contenerse cuando el cazador intenta disculparse horrorizado por lo que ha hecho, y coge una piedra golpea al cazador y lo mata. Vuelven a casa, entierran a su hijo, y la justicia decide que el padre se trastornó al ver a su hijo muerto por un accidente y lo absuelve. Todo queda en una tragedia. Pero…
Pasan los años y un día el padre aparece asesinado, con una nota que dice ojo por ojo. Resulta que el cazador tenía un hijo, que había crecido odiando al hombre que mató a su padre, y habiendo jurado vengarse. Cumplió su venganza pero… la familia y los vecinos del poblado se indignan ante la nueva tragedia y tras varias pesquisas averiguan que ha sido el hijo del cazador. Se dirigen a la aldea vecina armados y buscando también venganza. Pero el hijo del cazador no está solo, los suyos le protegen. Se inicia una guerra, y ambos pueblos tienen víctimas, el odio de dos familias es ahora de dos pueblos. Los familiares de las víctimas, si no superan su resentimiento enseñaran a sus hijos que el pueblo vecino está lleno de personas horribles y desalmadas, con las que mejor mantener las distancias, y de las que hay que defenderse.
A partir de aquí, cualquier cosa por insignificante que sea, hará saltar un polvorín.”
En esta resumida historia se puede identificar el horror del mundo en el que vivimos, en el que cada vez parece haber más violencia. Detrás de esta violencia, hay este tipo de emociones destructivas que no solo incitan a dañar a otros, también incluso a uno mismo, llegando a superar al propio instinto de supervivencia. Así de poderosas y negativas son estas emociones.
Si sufres una agresión del tipo que sea, de la intensidad que sea, estas emociones invadirán todo tu ser, en una proporción igual o superior a como vivas la agresión recibida.
El odio y demás emociones destructivas pueden hacer que un ser humano se convierta en un monstruo. Y si no queremos que estas emociones nos llenen el alma de oscuridad, debemos buscar un antídoto. Este antídoto no siempre es fácil de conseguir. Se trata del perdón. Y no es fácil de conseguir porque perdonar no es decir te perdono y ya está. Es mucho más complicado, perdonar significa sacar de tu interior todas esas emociones dañinas. Limpiarte internamente de esas emociones dañinas es un proceso terapéutico que pasa por varias etapas, que varían dependiendo de cada caso. Por mucho que quieras perdonar, de corazón. Si cuando recuerdas el agravio te duele y las emociones destructivas reaparecen en mayor o menor grado, significa que no has conseguido perdonar, aunque lo estés intentando. El perdón aún no se ha hecho real. Y es que el perdón se tiene que manifestar en tu interior. Mientras el perdón no consiga erradicar tus emociones destructivas, el riesgo de que estas tomen el control, nublen la razón y te conviertas en un monstruo como tu agresor, perdura. Esto significa que perdonar no es hacerle un favor al agresor, es un proceso propio, de uno mismo. El único perdón que hace un favor al perdonado es el judicial, que al perdonar elimina o suaviza el castigo. No es el caso. El verdadero perdón es para uno mismo, es un trabajo interior para el agraviado, no para el que agravia. El que agravia o agrede puede o no ser perdonado, pero ni se entera y ni le afecta. El perdón es un proceso de sanación.
Y aunque estamos usando como ejemplo una agresión violenta de vida o muerte, hay que recordar que no es lo único que puede causar este tipo de emociones. Una traición no violenta, envidias, etc… son formas de agresión o violencia más leves, que según los, yoga sūtras de Patañjali, también hay que erradicar con la práctica de áhimsā o no violencia.